Por David Uriarte

Lo más fácil para denostar o desacreditar a un político, es acusarlo de corrupción y de algún comportamiento o expresión sexual. Afirmar que alguien es deshonesto, vicioso, depravado, malo, pervertido, ratero… y sumarle condiciones como su orientación sexual, infidelidades, perversiones, poligamia, acosos, violaciones y todo aquello que implique una mancha en su prestigio o fama pública, es práctica frecuente como parte de las campañas de lodo en los procesos electorales, esta es la altura de algunas campañas políticas.

Una cosa es comulgar con un partido político o con algún político, y otra cosa es sacar la frustración propia por la diferencia, es decir, el mejor puente entre las diferencias se llama respeto. El respeto a la diferencia es el lubricante que suaviza las relaciones de cualquier tipo, sin embargo, cuando el respeto está ausente lo que prevalece es la esencia de la persona, es lo que es y lo que proyecta sólo es parte de su identidad, ni es bueno ni es malo, sólo es.

A veces la pobreza de pensamiento y la frustración personal se exhiben de manera espectacular en un discurso de odio barnizado por afirmaciones cuyo objetivo es doblar al que está de pie, al que se atreve a dar la cara, al que se atreve a decir lo que piensa, en fin… la envidia subyace en la inconciencia, las conductas y pensamientos, pero cuando es consiente se llama perversidad.

Eso es lo que cíclicamente se observa en las campañas políticas, la aparición de mentes perversas buscando por la vía corta y fácil exponer ante la opinión pública verdades construidas con el lodo de la miseria humana.

Los temas de corrupción y de sexualidad buscan el desprestigio del aspirante, que la gente sepa que es ratero y de orientación homosexual, si el primer calificativo implica delito, que interpongan denuncia en las instancias correspondientes; y en el segundo calificativo, si es proyección o implica una condición inconsciente del que acusa, que busque ayuda terapéutica.

El dinero y la sexualidad siguen siendo fuentes de poder personal, social, y político, pero también la raíz del derrumbe personal, social o político.