Por David Uriarte /
Construir un nombre es fácil, es cuestión de hacer o dejar hacer, el triunfo tiene nombre y el fracaso también.
Cuando se habla de los mejores autos aparece en la mente un nombre; cuando se habla de los mejores boxeadores aparece un nombre en la mente; cuando se habla de los mejores presidentes de la república aparecen nombres en la memoria; cuando se habla de los peores presidentes de la república, también.
Construir un nombre es construir una marca, sin embargo, un nombre y una franquicia no significan éxito, mucho menos bienestar colectivo o social.
Hitler es un nombre y una marca, Donald Trump es un nombre y una marca, en la política mexicana como en la mundial, hay nombres y marcas… en Sinaloa también, el nombre, la marca o la franquicia de Héctor Melesio Cuén Ojeda, Jesús Valdés Palazuelos, Rubén Rocha Moya, Juan Alfonso Mejía López, Gerardo Vargas Landeros, Sergio Torres Félix, Jesús Estrada Ferreiro, Luis Guillermo Benítez Torres, Gloria Himelda Félix Niebla, Rosa Elena Millán Bueno, Imelda Castro Castro, Carlos Gandarilla García; y unas cincuenta marcas, nombres y franquicias más que pueden aparecer en las marquesinas de los teatros donde se darán las funciones preelectorales.
La fuerza del nombre es la llave del triunfo o fracaso aunque sea desconocido, es decir, el famoso “tapado” goza de esta prerrogativa también, sino, basta revisar la historia de las designaciones desde la silla del poder real.
Emociones encontradas como esperanza, coraje, miedo, alegría, tristeza, euforia, enfado, soberbia, y sorpresa, son lo que provocan los nombres. Imposible coincidir cuando de interés se trata, aunque el interés supremo sea el bienestar de la sociedad.
Ojalá todo fuera como la inspiración de Franco De Vita, “Si me dieran a elegir una vez más, te elegiría sin pensarlo, es que no hay nada que pensar…”, la realidad es otra, detrás del poder para gobernar sólo hay lo mismo: poder.
La adicción al poder tiene que ver con procesos neurocerebrales que determinan la conducta del adicto, es decir, la búsqueda persistente de un objetivo placentero determina la fuerza del nombre para triunfar o fracasar.